Es experiencia contrastada que cuando las cosas no funcionan como uno desea, cuando llega la enfermedad, azota la crisis, o se acumulan problemas, también aparecen los fantasmas del miedo al futuro, y surge con facilidad el reproche a Dios: “¿Dónde estás?, ¿por qué me abandonas?,¿existes en verdad o eres una ilusión?”. No es nuevo; los israelitas que vivieron el destierro en tiempo del profeta Isaías ya decían: “Dios nos ha abandonado, se ha olvidado de nosotros”. Dios, a veces -siempre según nuestro criterio-, parece ausente, callado, olvidadizo. La respuesta del profeta es clara: “aunque una madre se olvidara de su hijo, Dios nunca se olvida de los suyos”.
El agobio en el presente por el miedo al futuro no es sino falta de confianza. Y la desconfianza conduce irremediablemente a la desesperanza. ¡Cuántos sufrimientos por el miedo al mañana! La obsesión enfermiza por asegurar materialmente el mañana (dinero, trabajo…) esclaviza e impide aventurarse hoy. Parejas que no deciden todavía iniciar su vida en común, inversores que no ponen a producir su dinero… son signos de temor y desconfianza. Pero no sólo a título individual en la vida diaria, laboral, familiar o social. También a nivel eclesial solemos agobiarnos al ver multiplicarse los pecados internos dela Iglesia o las deserciones, cuando constatamos la superficialidad de tantos creyentes que son arrastrados fácilmente por cualquier viento de última novedad, o cuando tenemos la sensación de soledad al predicar la defensa de los derechos humanos y en especial de la vida humana. Puede darnos la impresión de que Dios nos ha dejado solos ante un panorama desalentador.
El evangelio de hoy es provocador… Es un canto al amor que Dios siente por su pueblo: “No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo, con qué os vais a vestir. Mirad a los pájaros… mirad los lirios del campo… ¿No valéis más que ellos?… ¿No hará Dios mucho más por vosotros?… Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”. Por eso cuando uno se sabe acompañado y protegido, cuando simplemente hace lo que debe, aún reconociendo sus limitaciones, cuando sabe que la iniciativa y la llamada es de Dios, cuando siente su Gracia como impulso y seguridad, no teme la tarea, por imposible y ardua que parezca. La confianza en Dios y su poder, la seguridad de su amor, nos lleva directamente a la Esperanza. ¡Ya no hay miedo a nada! ¡Sólo una cosa es necesaria: Dios y la experiencia de su Amor! De ahí la actitud a la que Jesús nos invita: “Buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”.
También los apóstoles temieron más de una vez en la barca cuando el mar de Galilea se mostró embravecido, y acudieron a Jesús. En esta línea nos dice San Agustín: “Cristiano, en la nave duerme Cristo. Confía plenamente en él. Despiértale, invócale, que él increpará a la tempestad -el peligro, la congoja, el miedo, el sufrimiento- y se hará la calma”.