Salvador Alemán Ruiz es seminarista de tercer curso del Seminario Mayor San Fulgencio y este año ha peregrinado a Lourdes por primera vez. Hoy comparte con nosotros la experiencia vivida en esta L Peregrinación Diocesana a Lourdes. ¡Gracias!
Cuando me propusieron ir a Lourdes como voluntario de la Hospitalidad, nunca imaginé cómo esta experiencia podría hacerme ver la realidad de mi vocación desde otra perspectiva, desde un punto de vista totalmente diferente al que se nos puede plantear desde el seminario.
A lo largo de mis 31 años he conocido diferentes realidades de la sociedad y he buscado en ellas a Dios, y en todas lo he encontrado. La diferencia con Lourdes es que no he sido yo el que ha buscado a Dios, sino que ha sido Él el que me salió al encuentro.
Este año para mí ha estado cargado de emociones, tanto buenas como dolorosas. Por una parte, pensaba que no sería posible, el equipo del seminario confió en mí y ratificaron mi vocación otorgándome la Admisión a las Sagradas Órdenes, propiciándome un gran gozo y una alegría que me ayudó a entregarme aún más a Dios. Esto generó en mí una necesidad de ir a dar gracias a la Santísima Virgen, por este año. Cuando mi buen amigo, el sacerdote Don Julio Romero, me propuso ir a Lourdes con motivo del 50 aniversario de la Hospitalidad, lo primero que sentí fue entusiasmo de poder encontrarme con María en ese sitio donde tanta gente habla maravillas de la Virgen y donde dicen que nadie puede explicar su experiencia, puesto que hay que ir para vivirla y descubrirla. Ahí quería ir yo. En ese momento me surgió un inconveniente, puesto que coincidía con la convivencia del seminario, pero tras mucho pedirle a la Santísima Virgen poder encontrarme con ella en su casa de Lourdes, el equipo de formadores me permitió ir. Y es por lo que quiero agradecerles inmensamente está oportunidad para poder ir a dar gracias.
Pero como siempre pasa en la vida, no todo es de color de rosa, es decir, no todo siempre sale bien, al igual que la Hospitalidad tuvo sus problemas a cinco días de la salida, yo sufrí una perdía en mi familia, la cual no era capaz de superar, la muerte de mi abuelo Salvador. Él era para mí un ejemplo, un modelo de santidad en el matrimonio, como padre y como abuelo.
Nada más llegar al Santuario de Lourdes, cuando todavía iba un poco despistado por todo el ajetreo del viaje, al llegar a la gruta y ver esa imagen de la Virgen me rompí, fue una sensación como si Nuestra Madre nunca se hubiese ido de aquel lugar, como si siguiese allí presente. Fue una sensación que nunca había vivido y eso que he estado en otros lugares marianos, pero allí es diferente a todos los demás sitios, se respira otro aire, se respira paz, tranquilidad, armonía, oración… es como decía antes, indescriptible.
Desde el primer momento en el que comenzó mi voluntariado, empecé a conocer gente de todas partes de la Región. Allí había de todo: empresarios, médicos, enfermeros, ingenieros, seminaristas, sacerdotes, albañiles, jubilados, amas de casa, enfermos… que durante cinco días, se olvidan de su estatus social, de sus problemas y se rebajan al último peldaño. Y todo esto no lo hacen por ellos, porque se les reconozca, sino que lo hacen por amor, y amor a Dios en el enfermo.
En Lourdes descubres las obras de misericordia en todo su esplendor. No hay mayor gozo que te den las gracias con una sonrisa y es en ese momento cuando te sientes colmado por el Espíritu Santo.
Mi voluntariado consistía en despertar, asear y vestir a los enfermos por la mañana y acostarlos al anochecer. Dejándome un tiempo entre ambos servicios que me permitían tener mis ratos de oración ante la gruta y la preparación de las diferentes celebraciones.
Muchas son las personas que han generado en mí un sentimiento de servicio a los demás, pero especialmente han sido tres los enfermos que me han removido con su testimonio y gran corazón: gracias a Francisco, por su humor y esa sonrisa que me regalaba cada vez que le ayudaba; a José Diego por su alegría y por poner a prueba a este novato; y a Alfonso, por su sensatez. Ellos me han enseñado la humildad, el cariño y la caridad hacia los demás.
No puedo escribir este testimonio sin darle las gracias a la Hospitalidad, a su presidente Joaquín, a Don Luis Emilio Pascual y a Don Francisco Azorín, por esta oportunidad. Me llevo de Lourdes una alegría que nadie podría haberme dado nunca, puesto que ha sido la experiencia más fructífera que jamás he tenido.
Quiero darles las gracias también a todos los sacerdotes que han asistido este año al 50 aniversario de la peregrinación, por su testimonio de fe y de vida. Unos de una manera y otros de otra, pero he visto en ellos un servicio de entrega, de disponibilidad a los demás, no únicamente a los enfermos, sino a los voluntarios también.
Y como no, darles las gracias a todos los voluntarios que han ido, puesto que ellos son el motor que la Santísima Virgen utiliza para atraer a todos hacia su Hijo. Gracias a Julián, mi responsable, por su maestría a la hora de enseñar con el ejemplo.
También quiero dar las gracias a mis compañeros del seminario por su ejemplo de entrega a los demás con el enfermo, por esos ratos de oración, tanto en la liturgia de las horas como en las celebraciones vividas, y, como no, en los momentos de compartir las experiencias del día que hacíamos al terminar la jornada.
Gracias también a todos los que en el último momento de la peregrinación, ayudaron a que se pudiese resolver todo con la mayor agilidad y organización posible, gracias a Alfonso, responsable de los hospitalarios, por tu ejemplo de entrega y amor a los enfermos.
Si tuviese que explicar qué es Lourdes podría decir que es un pedazo del cielo en la tierra; un sitio donde se respira amor a los demás, donde se ven las virtudes de la gente potenciadas; donde Dios está presente en cada momento, no únicamente en la Eucaristía o en las capillas, sino en todos y cada uno de los enfermos y voluntarios que asisten. Es un lugar de oración, pero no hay mejor oración que el entregarse por los demás.
Aunque fueron días muy intensos, de poco descansar y mucho trabajar, me quedo con la sensación de querer aún más y por eso doy gracias a la Hospitalidad de Lourdes, por esta oportunidad, y que sepa que aquí me tiene, para lo que me necesite.
Muchas gracias.