Soy Andrés Caballero, seminarista de segundo curso del Seminario Mayor San Fulgencio. Como cada año, dos seminaristas nos hemos unido a la peregrinación a Lourdes de la Hospitalidad diocesana. En esta ocasión, Eduardo y yo fuimos los que tuvimos la suerte de poder peregrinar al encuentro de la Madre.
Al regresar del viaje, ambos coincidíamos en que en esos días el Señor nos había regalado ver y experimentar muchos milagros: la concordia y fraternidad en una peregrinación tan numerosa, el amor con el que se realizaban los distintos servicios y la diligencia de tantas personas, muchas de ellas jóvenes, que han dejado todos sus planes para ir a la peregrinación, con espíritu de oración y servicio.
La gruta, las celebraciones litúrgicas (particularmente la eucaristía), las confesiones, las procesiones y la convivencia con todos los peregrinos han sido experiencias maravillosas. La convivencia con los enfermos, conocerlos, escuchar sus testimonios, acompañarlos y rezar con ellos ha sido, sin duda, una de las experiencias más enriquecedoras. En estos días conviviendo con ellos, nos han enseñado lo que significa aceptar el paso de Dios por medio de la Cruz. Como diría D. Sebastián, nuestro obispo auxiliar, en esta peregrinación: “Hemos sentido y ensanchado nuestro incipiente corazón de pastor”.
Han sido días de vivir con personas que apenas conocíamos, pero que parecía que conocíamos desde siempre, como una familia. La presencia y palabras paternales de nuestro obispo; el testimonio alegre de los sacerdotes; la disponibilidad, servicio, cariño y afecto de todos y cada uno de los peregrinos y la convivencia fraternal entre nosotros hacen que solo podamos decir: ¡gracias! Gracias a Nuestro Señor, a su Santísima Madre y a la Hospitalidad.
Amar, dar, servir y olvidarse.