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A pesar de su juventud, es todo un veterano. Enérgico, disponible y preocupado por transmitir a los más jóvenes su pasión y amor por Lourdes y los enfermos. ¡Gracias, José!

Mi nombre es José Pujalte, tengo 29 años y soy un auténtico afortunado. Sin saber muy bien por qué, cuando solo tenía cuatro años de edad, el entonces obispo Don Javier Azagra le hizo prometer a mi abuela, Mari Carmen Luzón, frente al tren de la esperanza, que llevaría a su nieto a Lourdes una vez que recibiese la Primera Comunión. Ese era el plan que la Virgen tenía para mí y gracias a ello desde los nueve años no he dejado de peregrinar ni una sola vez. No importaban los campamentos de verano, la playa, los exámenes de la universidad, ni más recientemente el trabajo; siempre he pensado que, si la Virgen te hace el regalo de ser elegido para servir a los más necesitados, no puedes ponerte excusas, ni debes darle prioridad a otra cosa que no sea acompañar a los enfermos. Es por eso, por lo que llevo veinte años yendo a Lourdes. Para mí el año empieza y termina con la peregrinación al pueblo de Santa Bernadette. Veinte años en los que he dado muy poco para la inmensidad que he recibido

Durante todos estos años he vivido multitud de experiencias. Empecé dando agua en una etapa en la que desesperé a mi responsable. Sí, también he tenido mi etapa follonera, que se lo pregunten a Alfonso Martínez… Posteriormente pasé por multitud de servicios, cada uno supuso una oportunidad única e inolvidable. He vivido momentos en la Gruta que me siguen emocionando con solo recordarlos, también le he pedido mucho a la Virgen, quizás demasiado para lo que ofrezco. Pero sobre todo he hecho amigos para toda la vida con los que hoy formamos una familia, he tenido la fortuna de conocer la carga de muchísimos enfermos y también he reído hasta quedarme sin respiración. Aunque si tengo que quedarme con un momento especial, sería con el vivido el pasado año cuando me arrodillé bajo la Virgen para pedirle matrimonio a la que hoy es mi mujer. Sí, la Virgen me lo ha dado todo, hasta una mujer con la que compartir mi pasión por Lourdes.

Esta pasión total es la que en el año 2012 me llevó a plantearme que quizás mi misión, lo que la Virgen esperaba de mí, era que los más jóvenes, los que tienen esa edad conflictiva por la que todos pasamos, se enamoraran literalmente de Lourdes, se enamoraran de servir a los preferidos del Señor, se enamoraran de La Señora de la Gruta de Massabielle.

Así, de la mano de mi gran amigo José Antonio Alegría, se creó el Servicio de Cadetes, jóvenes de entre 11 y 15 años con los que tenemos una misión: que no dejen de servir ni un minuto, que no dejen de sentir que lo que no hagan se quedará sin hacer. Que realmente vivan la peregrinación desde cada servicio y desde cada mirada, sí, desde cada mirada, porque solo mirando a los ojos de un enfermo, hablándole acariciándole y abrazándole eres capaz de tocar el cielo. Y digo cielo, porque es lo que es Lourdes, un trocito de cielo que Dios nos ha regalado en la tierra.

Hoy día siento un gran orgullo cuando veo a esos cadetes, muchos de ellos ya mayores de edad, que cogen una guitarra y arman jaleo; que hacen que los enfermos no puedan parar de reír y disfrutar; que conocen la vida y necesidades de cada enfermo; pero sobre todo, cuando veo que mi gran entusiasmo se queda insignificante al lado de los que un día fueron nuestros cadetes.

Seguro que habrá personas que no me conozcan, que cuando lean esto piensen que no tiene sentido lo que hacemos, algunos incluso pensarán que estamos locos. A todas esas personas solo quiero pedirles una cosa muy sencilla: Que se vengan con nosotros, que “pierdan” cuatro días del año en acompañarnos, porque les aseguro que habrá un antes y un después en sus vidas, porque, como bien dice el Evangelio, cuando te encuentras con Él, regresas por otro camino.

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