Hoy celebramos el Bautismo del Señor. La fiesta de hoy es una continuación de la Epifanía: Jesús se manifiesta públicamente a su pueblo a orillas del Jordán. Se trata de un hecho extraño: Jesús que baja al Jordán para ser bautizado por Juan. El anunciado y esperado, se abaja para ser servido por el precursor. Juan no entiende, pero calla al oír a Jesús: “Déjalo ahora; conviene que cumplamos todo lo que Dios quiere”. Otra traducción -me gusta más- dice: “conviene que cumplamos toda justicia”.
¿Qué es lo que Dios quiere?, ¿a qué se refiere Jesús con esta enigmática frase? Tres años más tarde Pedro tampoco entenderá el gesto de Jesús al lavarle los pies en el cenáculo: ¿cómo iba a rebajarse Jesús, siendo el Maestro, para hacer la tarea del siervo? No había entendido nada de lo que les había enseñado: “No he venido a ser servido, sino a servir”, “El que quiera ser primero que se haga el último…”, “Amad a vuestros enemigos; si hacéis el bien a quien os ama ¿qué mérito tenéis?”. Tampoco comprenden los demás; comprenderán tras los acontecimientos de la Pasión y la Resurrección. Y es que Jesús -en la cola del Jordán, ante Juan- ocupaba ya mi lugar y el tuyo, el de los pecadores. Era su misión, era “lo que Dios quería de él”. Lavando los pies a los doce, primero, y luego muriendo en la cruz, remataba su obra: “Todo está cumplido”, dirá. ¿Cual es, pues, la “justicia de Dios”?: que “uno -Jesús- paga por todos”, que no debes nada a Dios, porque él ha ocupado tu puesto libre y voluntariamente; por amor.
Ya Isaías lo había profetizado: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu… para que traiga el derecho a las naciones, para que abra los ojos de los ciegos, y saque a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas”. En el Jordán se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. El Padre confirma la misión del Hijo, y éste la llevará a cabo en obediencia filial: “No he venido a hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió”. Desde ese instante, Jesús, “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.
Hoy ¿qué es lo que Dios quiere? Lo mismo que quiso de Jesús, la donación de la vida, el desvivirnos por los hermanos, ser grano de trigo enterrado para dar fruto. Nosotros, creyentes, tenemos hoy la misma misión de Jesús: “pasar haciendo el bien”. Somos sus brazos, sus pies, su corazón, sus ojos… Jesús es “el siervo que salva”; nosotros estamos llamados a ser “instrumentos de salvación” en manos de Dios.
Carlos de Foucauld nos dejó esta oración: “Señor, quiero acercarme a Ti; pero aunque me ponga el último siempre seré el penúltimo porque Tú te has puesto el último. Tu vida siempre ha sido un descender, descender, descender, porque Tú eres amor, y el amor siempre quiere dar, el amor es humilde, el amor es pobre”. La hago mía, y quiero vivirla en este 2014. Os la ofrezco.
¡Ayúdame, Señor, a hacer lo que Tú quieres, lo que el Padre quiere!