Coincide este domingo con el día 2 de febrero, Solemnidad de la Presentación del Señor en el Templo -por lo que el ciclo A del tiempo ordinario se interrumpe-,  y en nuestras parroquias seguro que viviremos en algún momento del fin de semana la ya tradicional Fiesta de la Candelaria, en la que los niños nacidos y bautizados en el último año son presentados para su bendición, y donde sus diminutos ojos contemplarán, sorprendidos, la pequeña llama de esas candelas que sus madres volverán a portar, como el día de su Bautismo. Esta tradición popular hace visible y actual la tradición hebrea de la presentación de los niños -y por tanto del mismo Niño Jesús-, según prescribía la ley mosaica. María y José suben al templo para observar la ley, y llevan la ofrenda que les corresponde. ¡Es la primera vez que Jesús entra en el templo de Jerusalén! Subirá de nuevo a los doce años y, según narra san Lucas en su evangelio, toda su vida estará bajo la “clave” de la “subida a Jerusalén”. En la última subida culminará toda su obra con la entrega -ofrenda- de la vida en la cruz –“para el perdón de los pecados de todos”– y el Padre lo glorificará con la Resurrección.

Son más que interesantes las figuras de los dos ancianos que aparecen en la perícopa del evangelio. De un lado Simeón, quien “impulsado por el Espíritu Santo” había ido al templo y, al ver a Jesús, lo toma en brazos, lo bendice y pronuncia el bellísimo canto del “Nunc dimittis” que cada noche rezamos en Completas: “Señor, ya puedes dejar a tu siervo irse en paz… mis ojos han contemplado a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. O lo que es lo mismo. “Gracias, Dios mío, no espero nada más, mi vida está plena, me has dejado contemplar al que es la Vida”. Preciosa confesión de fe. Y después anuncia la Pasión que sobrevendrá sobre este mismo niño y su madre, a causa de la fidelidad a Dios Padre; Simeón profetiza a María esa “espada que le atravesará el corazón”, a causa de su hijo, bandera discutida que pondrá a cada cual frente a sus obras. De otro lado Ana, la profetisa, viuda asidua al templo, que habla de este niño a todo aquel que “aguardaba la liberación de Israel”.

Ya el profeta Malaquías, siglos atrás, había anunciado la llegada del mensajero de Dios, que entraría en el santuario y presentaría la ofrenda como es debido. Y la carta a los Hebreos indica que éste es Jesucristo, quien, con su ofrenda en la cruz, “aniquiló al que tenía el poder sobre la muerte… y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos”.

Entrada, Presentación, Ofrenda. Tres conceptos claves en la liturgia de hoy, y en la vida de quien quiera vivir “en cristiano”. Se bendicen las velas porque Cristo es la Luz, y con su venida ha comenzado a iluminar al mundo. Esa luz irá creciendo hasta llegar al cenit de su resplandor en el lucernario de la Vigilia Pascual: Cristo, Luz de las naciones, ha vencido la oscuridad del pecado y de la muerte, y con su victoria “nos ha ganado la Vida”. Nuestra vida de cristiano no puede ser otra cosa más que una “vida iluminada” por quien es la Luz, para poder después iluminar a nuestros hermanos.

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